2007 fue un año bisagra en la historia del rugby argentino gracias al bronce obtenido por Los Pumas en el Mundial de Francia. El impacto de aquella hazaña fue tan fuerte que repercutió en todos los niveles: así como a la UAR le sirvió de argumento para reclamar un asiento entre las potencias e iniciar su proceso de inserción al profesionalismo, a nivel de calle el interés por el rugby se disparó, generando una enorme cantidad de jugadores nuevos en los clubes. La efervescencia fue tanta y tan sostenida que incluso hubo equipos y clubes que nacieron gracias a ella. Por caso, en Aguilares, la espuma mundialista de 2007 fue la que permitió rescatar del olvido a Aguará -club de rugby fundado en esa ciudad en la década del 80- y revivirlo con el agregado de "Guazú" en el nombre. A pocos kilómetros de allí sucedió algo similar: un grupo de amigos (algunos de los cuales habían jugado en Huirapuca) decidió formar Santa Ana Rugby Club, una rareza que vino a romper con el monopolio del fútbol que impera en los pueblos del interior de la provincia.
Lo de "club" era un decir: se trataba más bien de un equipo que solía juntarse a jugar tocatas entre ellos o disputar amistosos con quienes habían revivido a Aguará, pero sin una sede propia. Aunque ello no era obstáculo para desarrollar un fuerte sentido de pertenencia, materializado en un escudo y una camiseta, cuya semejanza cromática con la alternativa del seleccionado tucumano (azul profundo con detalles naranjas) no es casual. "Una vez fuimos a ver un partido entre Tucumán y Buenos Aires. Ese día, los Naranjas usaron la camiseta alternativa. Nos gustó, así que ahí nomás les hemos copiado los colores", revela Luis Abregú, hoy presidente del "nuevo" Santa Ana Rugby Club. O SARC, como le llamaban en su momento.
Santa Ana Rugby: los hombres orquesta
El entusiasmo juvenil que le dio vida al SARC se fue apagando a medida que las obligaciones de estudio y/o trabajo fueron ocupando y dispersando a los jugadores. Algunos dejaron el rugby y otros continuaron jugando en Aguará Guazú, pero la llama de Santa Ana Rugby Club nunca llegó a apagarse del todo. Y de esas cenizas resurgió más de una década después, a fines de 2020, aunque esta vez con la firme intención de ser un club hecho y derecho, que brinde un espacio de contención a los niños y jóvenes del pueblo.
"La idea es mostrarle a los chicos que hay otras oportunidades", explica Abregú, quien además de presidente, se desempeña también como jugador y entrenador del plantel superior. Y es que en clubes jóvenes y humildes como Santa Ana, faltan manos y sobran cosas para hacer, por lo que todos cumplen más de una función. Por ejemplo, Marcelo Robin y Pablo Moreno son entrenadores de infantiles y Fabián Rodríguez es entrenador del equipo femenino, pero también dan una mano en las tareas de difusión y captación de chicos y chicas para las diferentes divisiones del club.
No es una tarea fácil: el fútbol está muy arraigado en la cultura de los pueblos del interior, es casi una religión, por lo que el rugby representa una blasfemia para muchos. "Hablar de rugby era como un tabú. Muchos piensan: para qué te vas a ir a golpear ahí. Pero de a poco vamos insertando la idea de que no todo pasa por lo deportivo. Que hay un costado social, de brindarle a los chicos un espacio donde puedan desarrollarse y adquirir valores que les van a servir para toda la vida. Cuando uno empieza siempre piensa en lo deportivo, pero a medida que pasa el tiempo te vas dando cuenta de que el rugby es mucho más que eso. Por eso para nosotros es muy importante participar de eventos como el Seven de Aguilares, porque hace que nuestros chicos se sientan parte y compartan con otros clubes", resalta Abregú.
Actualmente, el SARC está compuesto por cerca de un centenar de jugadores y jugadoras, entre infantiles, juveniles y mayores. Como todo, la captación se hace con voluntad e imaginación. "Por redes sociales, por la radio, yendo a las escuelas, de boca en boca, incluso puerta por puerta. Todo lo que se puede hacer, se hace. Gracias a Dios se han sumado muchos chicos. Algunos ya habían probado rugby, luego se fueron a jugar fútbol y terminaron volviendo porque decían que no era lo mismo. No se sentían cómodos en ese clima, muchas veces se sentían presionados por los padres o los entrenadores, y los que no eran buenos tenían menos chances de jugar. En cambio el rugby infantil es más participativo, juegan todos", compara Robin.
Santa Ana Rugby no tiene sede local
Al igual que en su primera etapa, Santa Ana Rugby Club no tiene sede propia. A veces se entrena en una cancha barrial cerca de la entrada al pueblo y otras veces lo hace en la cancha de fútbol del club Santa Ana. Lógicamente, no tener un suelo donde echar raíces conspira contra sus posibilidades de crecimiento y sustentabilidad, pero en el SARC todo lo suplen con voluntad y constancia. "Si tuviéramos un espacio físico propio podríamos crecer mucho más y generar un sentido de pertenencia a un lugar. Poder decir esto es nuestro y que le tomen cariño", reconoce Luis. Así y todo, han competido durante todo el año en torneos de la URT, y su plantel superior ha hecho las veces de Intermedia de San Isidro Rugby Club, de Lules. "Esto es voluntad pura. Imaginate: nosotros nunca hacemos de local porque no tenemos dónde, así que para jugar siempre tenemos que estar viajando. Eso cuesta plata, y Santa Ana es un pueblo rural, donde la mayoría de los trabajadores son del campo. Gracias a Dios ya estamos a un pasito de conseguir la personería jurídica, con lo que ya seremos oficialmente un club. Todo cuesta el doble, pero con el esfuerzo de todos vamos por buen camino", asegura.